miércoles

LA ERMITA DE LOS MÁRTIRES

Inspiradora imagen de Javier Romera, para acompañar a un relato de intriga.

LA ERMITA DE LOS MÁRTIRES 
Aquellas historias me ponían los pelos de punta. Cuando Martín me las contaba en un susurro, mi cuerpo temblaba como una hoja, pero siempre mi morbosa curiosidad podía más. Aquel día le pellizqué el brazo al tiempo que le exhortaba a continuar.
-Me estoy poniendo de los nervios, pero sigue. Ahora no puedes parar.
Martín prosiguió entonces, preparando el escenario para crear el ambiente adecuado y yo me preguntaba cuanto había de verdad en sus palabras. Él aseguraba que todo era cierto.
-Sabes Cloe -me había dicho- en el pueblo no tienen ni idea que son esas luces que a veces se ven en lo alto del rosetón de la ermita.

-¿Y tu si lo sabes? -pregunté yo intrigada.

-¡Claro! A mí me lo contó don Rosendo.

-Anda, anda, si todo el mundo sabe que Don Rosendo murió hace muchos años. Tú, ni siquiera habías nacido.

-¿Y quién te ha dicho que me lo haya contado en vida?

Martín me miraba entornando los ojos, observando deliberadamente cada una de mis reacciones. Su madre era vidente y siempre decía que él también tenía el “Don”.

-¡Que! ¿No te lo crees?

-Yo ya no se qué creer –le dije al fin con voz entrecortada.

Tras mis palabras Martín comenzó su historia.
El cura del pueblo, don Rosendo, en la época de la guerra civil ocultaba a los pobres diablos que huían por motivos políticos. Aquella azarosa tarde había llegado un muchacho a la ermita donde él rezaba a diario, para pedirle hospicio. Le venían siguiendo y al llegar ya se encontraba al límite de sus fuerzas. Nadie conocía aquella húmeda mazmorra cavada en la piedra que el viejo clérigo utilizaba como cobijo.

-Entra aquí -le apresuró.

El muchacho corrió hacia ella, con la única compañía de un quinqué de aceite. Cuando llegaron sus perseguidores torturaron al sacerdote con el firme propósito de hacerle hablar, sin embargo no consiguieron sacarle ni una sola palabra. Dándole muerte después. Por años, la historia corrió envuelta en el misterio sin llegar a saberse, el cómo y el porqué del triste desenlace. Aunque muchos lo intuían -apostilló Martin al finalizar.

Hoy, delante mismo de la puerta de la ermita, la noche había caído y mi amigo y yo mirábamos embelesados como la vieja piedra parecía exudar lagrimas de sangre. Solo un puñado de nubes como bolas nacaradas otorgaba algo de fulgor al tétrico paisaje.
De repente vi las luces y en lo alto la cruz titilar. Sentí como se me helaba el corazón al escuchar, como en un lamento, una voz que pedía auxilio. Martín me tocó el brazo, mientras con voz queda añadía:

-Mira Cloe, las que ves son las luces del quinqué, y esa letanía, el llanto del muchacho. Tal como dijo don Rosendo, su alma sigue clamando al cielo.


                                                         © Samarcanda Cuentos - Ángeles.
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